¿Cristina quiere ser candidata a presidenta en 2023?

Para la pregunta acerca del título la respuesta deviene de otra pregunta ¿Por qué no? Nadie que preste una mínima atención a la realidad argentina puede desconocer la vocación de poder de la Vicepresidenta. Tal vez sea la persona viva con mayor voluntad de acumular y ejercer poder en el país. Por sí misma, se mantiene desde 2007 en el centro del escenario político argentino, incluso a pesar de haber dejado el Gobierno durante 4 años y haber soportado durísimos embates políticos, mediáticos y judiciales. De hecho, hubiera sido candidata a presidente en 2019, si no fuera porque su olfato político le anticipó que corría el riesgo de no ganar las presidenciales de ese año.

La respuesta que Cristina Fernández de Kirchner encontró en aquel momento es conocida. Apeló a una persona que podía sumar lo que a ella le faltaba para ganar y seguir en el centro de la escena. Alcanzada la meta del triunfo, el objetivo vuelve a ser el mismo, seguir procurando la acumulación de poder.

La estrategia, hoy, se ve con mayor claridad. Comenzó a comandar el desgaste del hombre que ella misma eligió para ejercer la presidencia del país no bien sospechó que había iniciado un proceso de consolidación en el poder y crecimiento en la consideración popular. Por lejano que parezca, eso fue hace solo dos años, cuando, en el inicio de la pandemia, Alberto Fernández intentó ponerse por arriba de las diferencias partidarias y convocó a líderes de la oposición para gestionar la emergencia sanitaria. Ese fue el climax de su relación con la sociedad argentina.

El desgaste

A partir de ahí, el un sector del oficialismo comenzó a acelerar para forzar un direccionamiento de las políticas hacia posiciones de mayor confrontación con la oposición y con el poder económico. La idea era que el Presidente encabece una administración más parecida a la que supuestamente hubiera ejercido la Vicepresidenta si ella hubiese podido encabezar la fórmula.

Fue el momento en el que presionaron hasta conseguir que el Presidente anunciara un proyecto para estatizar Vicentín. A partir de ahí, la quita de recursos a la Ciudad de Buenos Aires, una frustrada iniciativa para estatizar los servicios de salud privados en medio de la pandemia, las dificultades sugidas para cerrar un rápido acuerdo con el laboratorio Pfizer, la propuesta de aumentar retenciones, las trabas para alcanzar una acuerdo con el FMI, las cartas, la presión sobre los “funcionarios que no funcionan”, y más recientemente los impedimentos para avanzar en la segmentación de tarifas fueron algunos de los mojones que no solo marcaron los límites de la autonomía del Presidente, sino que desgastaron persistentemente la imagen de un hombre que renunció desde el inicio a ejercer el derecho de todo mandatario que es constituir una base de sustentación política propia. A la inversa, Alberto Fernández le fue soltando la mano a cada uno de los que se le acercaron con la intención de constituir el músculo político o de gestión que necesita cualquier administrador que pretenda disponer de cierto grado de autonomía.

En definitiva, la presión para cambiar el rumbo y modificar el gabinete de un Presidente que se resistía en silencio y sin poder, terminó por horadar hasta el hueso la imagen pública de una administración que, por otra parte, nunca encontró el camino.

Culpa de Alberto

El argumento político que esgrime el kirchnerismo para ese desgaste, que va desde el destrato público hasta el bloqueo de decisiones clave de gobierno como el acuerdo con el Fondo o la política de subsidios, es que Alberto Fernández no está haciendo lo que, al parecer, estaba llamado a hacer en materia económica. “Si esto va mal es porque no hace lo que Cristina le dice que tiene que hacer”, parece ser la síntesis argumental.

Pero, por otra parte, es difícil saber si al gobierno le va mal porque no aplica las políticas de Cristina, porque debe soportar un durísimo boicot a su gestión por parte de sus aliados, o porque sus políticas son simplemente malas.

Lo que sí se sabe es que aún durante las escasas semanas en las que el Presidente estuvo muy arriba en la consideración de la sociedad, con una altísima imagen positiva y un fuerte acompañamiento a su gestión, la oposición del ala más dura del kirchnerismo comenzó a hacerse evidente. En ese momento los cuestionamientos no eran por el resultado de la gestión sino por el estilo político de Alberto Fernández, que era capaz de sentar a un lado de la mesa a Axel Kicillof y al otro a Horacio Rodríguez Larreta, y consensuar políticas sanitarias.

Era el momento en que el Presidente creía en serio que podía tener una gestión exitosa y competir por la reelección, dos logros que no hacían más que alejar a Cristina de la centralidad política argentina y de cualquier posibilidad de retorno a la presidencia. No había lugar para la acumulación de poder por parte de Cristina si a Alberto le iba bien.

La pregunta es si la vicepresidenta podrá seguir acumulando poder ahora que definitivamente a Alberto le va mal.

El poder de Cristina para ser candidata en 2023

Por lo pronto, demostró que puede no solo sacar los ministros claves del gabinete sino que además puede designarlos a control remoto. Queda por ver si puede lograr una alquimia aún más compleja, que es separarse de la suerte que corran esos ministros y sus políticas.

Difícilmente a Silvina Batakis, como a cualquier otro que hubiera asumido en su condición, le vaya bien en términos que resulten sensibles para la vida cotidiana de la mayoría de los argentinos. Si la inflación es lo que más golpea el humor y el bienestar de la sociedad, nadie, ni el más optimista, sostiene que pueda bajar a niveles mínimamente razonables en el próximo año, al menos no sin una política de shock con cambios drásticos de las reglas de juego económico. Pero eso requiere siempre de un gobierno con poder político para implementarla y sostenerla, algo que no está disponible con la presidencia de Alberto Fernández.

“Es hora de sentarnos a discutir en serio”, debemos «encontrar un instrumento que vuelva a colocar una unidad de cuenta, una moneda de reserva y una moneda de transacción», lanzó este sábado la Vicepresidenta desde Ensenada, minutos antes de la renuncia de Martín Guzmán.

Hace casi 20 años, Néstor Kirchner llegó al poder de una manera impensada. Sin esperarlo, recibió el respaldo del entonces presidente Eduardo Duhalde y del poderoso peronismo bonaerense para enfrentar al expresidente Carlos Menem. Sin ese atajo, está claro que no hubiese podido acceder al poder ese 2003. Una vez allí aprovechó la oportunidad para lanzar una estrategia económica y política que mantuvo a ese espacio en el poder por 12 años y en la centralidad de la política hasta estos días.

Cristina probablemente hoy tenga el mismo problema que tuvo en 2019 para ser candidata a presidenta. Tiene mucho respaldo popular, pero no el de la mitad más uno que se requiere para un ballotage.

Si el país necesita una política de económica audaz, de shock, que incluya disponer de “una unidad de cuenta, una moneda de reserva y una moneda de transacción”, requiere de medidas económicas previas que preparen el terreno y luego de un presidente o presidenta con poder político y audacia para implmentarla.

Cristina seguramente quiere ser candidata a presidente en 2023, pero necesita que esta experiencia que comenzó en 2019 termine generando algún tipo de expectativas de mejoras para una sociedad tan castigada, y eso, ante la falta de resultados, sólo puede conseguirse con medidas audaces y un fuerte liderazgo político. Le queda poco tiempo para intentarlo, apenas unos meses.

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